Muy joven “copiaba como un maestro”. Reproducía con singulares atributos las imágenes vistas de manera “objetiva” como ocurrió en el Neoclasicismo. Pero algo inusual había en las ilustraciones que William Turner trabajaba para las publicaciones de la época. “Eso es mucho más de lo que queremos”, dijo más de una vez un editor, según cuenta John Ruskin, el crítico que más conoció su arte. ¿Qué fue lo que pintó desde sus primeros paisajes, las rasgaduras de su alma?
Por su oficio, Turner recorrió Inglaterra y Gales. Poco importarán sus ejercicios primigenios para que tiempo después lidiara con su desbordada imaginación y creara su propio paisajismo. Los mismos elementos de la naturaleza que trasladaba a sus dibujos en su periplo como ilustrador, con escorzos de su ánima angustiada y convulsa.
“Las escenas de dicha pasan como un fantasma”
Paisajes interrumpidos, inacabados, truncos, rotos. Para algunos pensadores actuales (Carlos Fajardo, 2012) estas series son lo mejor de su obra. El apelativo que más se ha aplicado a Turner es ‘sublime’: un término que etimológicamente significa lo que está fuera de todo límite. Como sentimiento estético se identifica con la sensación de desbordamiento ante los fenómenos naturales. El sentimiento sublime se engendra en el horror de precipitarse a un abismo, aunque, de hacerlo, no se podría dar testimonio.
A inicios del siglo XVIII, Inglaterra se vio sacudida por un renovado entusiasmo por lo ´sublime´. No se trataba simplemente de un estilo, sino de un concepto que desbordaba las categorías estéticas convencionales. Mientras lo bello evocaba sosiego, armonía y proporción, lo sublime hablaba de inmensidad, de una grandeza que excede los límites de la razón y conmueve hasta el estremecimiento.
Viaje a lo desconocido. Exploración de los límites de la existencia y la conciencia a través de la belleza; el infinito, la paradoja. La esencia de la naturaleza como el fenómeno culminante del ser. Provocación y apremio. Grandeza suma pero atemorizadora. Asombro y vértigo. La luz que es raíz y guía del paisajismo de Turner aturde, avasalla. La noción de lo ‘pintoresco’ (visión que convoca por su extrañeza) no rige la obra de este artista. El fin que le subyuga en su arte es una impetuosa búsqueda de lo ‘sublime’, el filo del abismo.
Parque de Petworth, 1929. Obra temprana. Fue el lugar preferido del artista. Su refugio y amparo. Paisaje llameante. Luz que encandila. Las hiladas crepusculares cruzadas en la tierra se alían con los girones de luz del cielo.
La peregrinación de Childe Harold a Italia, 1832. Imagen asombrosa de un valle imaginario con una curva fluvial humeante, resaltado por montañas. Un breve grupo humano reposa en el camino. La cromática no apacigua, difunde melancolía, lejanía, adioses. Turner fue admirador de la escandalosa oscuridad de Lord Byron:
“Las olas estaban muertas;/ las mareas estaban en su tumba,/ Antes ya había expirado su señora la luna;/ Los vientos se marchitaron en el aire estancado,/ Y las nubes perecieron; la oscuridad no necesitaba/ De su ayuda-Ella era el universo”.
El último viaje del Temerario, 1838. Agonía de un buque de guerra, héroe de la batalla de Trafalgar. Viejo, colmado de cicatrices, viaja a su final. Reverbera la puesta de sol y el anciano barco aún muestra grandeza. La era de la vela ha dado paso a la de vapor y es un barco a vapor el que lo remolca al deshuesadero. Erguido, impetuoso, hiende las aguas bajo un cielo tormentoso. Una atmósfera que exuda añoranza, pérdida, advenimiento de otro tiempo lo envuelve todo.
Paz-Entierro en el mar, 1842. Ha muerto su amigo pintor David Wilkie. Una luz mortecina, pero grandiosa y una sinfonía, tal vez la número 3 de Beethoven, su Heroica, inundan este paisaje. Es parte de un díptico, la otra se tituló Guerra. El exilio y la lapa. Himnos que abordan cuestiones contrapuestas: guerra y paz, partida y duelo.
En Entierro en el mar… Turner apela a una cromática fría: blanco, azul y negro. Dolor imponente. Resonancia épica. La muerte está en el barco a punto de zozobrar. Cielo cargado de tormentas. Atmósfera aciaga, presagiante de tragedias. La guerra se tiñe de colores cálidos en un contorno de energía que vibra ante los ojos del espectador, pero que abona a la lobreguez del cuadro.
Turner levantó un mundo de trascendencia cósmica. Los impresionistas abrevarán en la luz que logró develar y que se esparce en su creación visual.
“¿Puede la Muerte estar dormida, si la vida es solo un sueño,/ Y las escenas de dicha pasan como un fantasma?/ Los efímeros placeres a visiones se asemejan./ Y aun creemos que el dolor más grande es morir” (J. Keats).