En los días inciertos de la política latinoamericana, que se escribe no con tinta, sino con el eco de la maquinaria de guerra norteamericana y venezolana, el choque de un tren y un espantapájaros termina por agitar las plazas de Quito. De un mismo vientre ideológico, preñado de promesas y urgencias, nacieron la Revolución Ciudadana y el Socialismo del Siglo XXI: proyectos de líderes mesiánicos que se autoproclamaron salvadores de los pobres, investidos de una moral que solo ellos veían, dueños de una verdad que justificó el monopolio de todos los poderes a cambio de un espejismo de justicia social.
Pero ese guion ha llegado a su punto más sombrío. La declaratoria del gobierno norteamericano del Cartel de los Soles como amenaza a su seguridad no es un cruce de notas diplomáticas, sino la señal irrevocable de que la dictadura de Nicolás Maduro contempla su ocaso. Cuando el imperio más grande del mundo declara a un régimen su enemigo, la discusión ya no es sobre ideas, sino sobre supervivencia.
El drama para el Ecuador es que la caída no será en solitario. Hace apenas unos días, Rafael Correa, desde la confortable España, reconoció que trabaja para Venezuela en su frente económico. No fue el rumor venenoso de un opositor ni un secreto filtrado: fue una confesión de la dependencia que el correísmo cultivó con el chavismo, y que hoy se convierte en una losa sepulcral. Porque si el castillo de naipes venezolano se derrumba —y todo anuncia que sí—, el estruendo de su caída resonará en los oídos de todos aquellos que compartieron mesa y dinero.
Por ello vienen a tiempo las elecciones de octubre en la RC, con el alma fracturada en al menos tres pedazos irreconciliables: los devotos fundamentalistas del correísmo; aquellos que pretenden ser una izquierda lavada de Maduro y sus socios; y los pragmáticos que buscan acomodos en el gobierno de Daniel Noboa. Es el retrato de un movimiento con la brújula alocada. Lo que antaño fue fervor revolucionario hoy es un rompecabezas de ambiciones personales, cálculos mezquinos y el miedo a quedar sepultado en el lado equivocado de la historia.
La inminente implosión de la RC deja a la izquierda sin su centro de gravedad en el Ecuador. Pero no nos engañemos: en el otro flanco tampoco existe una derecha sólida, con ideas liberales o proyectos nacionales. Somos un país que se organiza alrededor de nombres, no de causas; de emociones, no de objetivos colectivos.
El ocaso del Socialismo del Siglo XXI anuncia su epílogo en las calles de Caracas, pero escribirá sus últimas líneas en Quito con tinta amarga. Mientras Maduro contempla el crepúsculo de su reinado, los herederos y desertores de Correa se disputan con furia callada las migajas de un botín que se desvanece. Y en medio de esa danza de discursos vacíos y promesas oxidadas, solo persiste una verdad irrebatible: el Ecuador sigue estrellas fugaces, obedece a caudillos estridentes y no aprende a seguir la luz serena y constante de un futuro de prosperidad.