Los brasileños van a las urnas por inercia

El candidato presidencial por el Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva (d) y el presidente y candidato a reelección, Jair Bolsonaro (i), participaron en un debate previo a la jornada electoral. Foto: EFE

Muchos brasileños irán a las urnas este domingo, 30 de octubre de 2022, con desgana para escoger entre la “falta de escrúpulos” del presidente Jair Bolsonaro y la sombra de “corrupción” que arropa al exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva, favorito en las encuestas.

El clima de hostilidad que impregna a las elecciones más polarizadas de la historia reciente de Brasil tornó “difícil escoger por quién votar”, dijo a EFE la periodista y empresaria Angélica Pellicer.

Pellicer forma parte de entre el 4% y 5% de las personas que votarán en blanco o nulo, según las últimas encuestas de intención de voto, que mantienen a Lula como favorito, con entre cuatro y siete puntos de ventaja sobre el actual Presidente (Bolsonaro).

El alto grado de rechazo a Bolsonaro (50%) y a Lula (46%) puede igualmente pesar en el momento del voto; pues, según encuestas, el 10% del electorado en primera vuelta escogió el mismo día a su candidato, independiente de que la mayoría dice que ya lo tiene.

La analista Priscila Lapa considera que el país sudamericano pasa por el “fenómeno de alienación electoral”, con un “comportamiento” de “desconfianza y falta de credibilidad” por parte de muchos electores.

Lula les recuerda a las personas que él también fue pobre

Luiz Inácio Lula da Silva parecía un cadáver político cuando fue condenado a prisión. Pero dos años y medio después de recuperar la libertad, por la anulación de sus condenas, ahora roza la posibilidad de volver a la Presidencia de Brasil.
Los 57 millones de votos que recibió el pasado 2 de octubre, cifra nunca antes alcanzada por un candidato en la primera vuelta de las elecciones, supone toda una muestra de renacimiento político.

Y renacer no debería de ser algo extraño para un hombre que tiene dos fechas de nacimiento.

El 27 de octubre, Lula celebró su 77 cumpleaños, pero en sus documentos oficiales figura la fecha de 6 de octubre, con la que lo inscribieron oficialmente de forma equivocada en los registros.

Esos errores eran comunes en 1945, en las zonas pobres y remotas del noreste de Brasil, tales como Caetés, la humilde aldea donde nació Lula.

Ese origen pobre de Lula es precisamente su mejor baza electoral, puesto que le permite ser el único político en Brasil que sabe hablar al pueblo en su mismo lenguaje llano y le garantiza cre­dibilidad cuando habla de la pobreza y el hambre.

Esto porque nadie duda de que él, en su infancia, pasó por privaciones similares a las que ahora enfrentan 66 millones de brasileños, el tercio de la población que vive bajo el umbral de la pobreza.

Su descenso a los infiernos llegó con las investigaciones que destaparon en 2014 el enorme caso de corrupción montado en torno a la petrolera Petrobras y la constructora Odebrecht.

Esas investigaciones llevaron a la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, su delfín, y condujeron a Lula en 2018 a la cárcel, para cumplir 580 días de prisión por dos condenas, que le impidieron ser candidato en las elecciones
de 2018, como deseaba.

Pero un año después, el Tribunal Supremo anuló las dos causas en su contra por diversos errores e irregularidades procesales, devolviendo a Lula su libertad y sus derechos políticos.

A pesar de los esfuerzos por limpiar su nombre, la corrupción sigue siendo el talón de Aquiles de su campaña, su tormento en entrevistas y debates.

Para ganar de nuevo el favor popular, Lula ha construido una amplia coalición de 10 partidos, que van de la izquierda a la centroderecha, apoyos entre los que se destaca el del conservador Geraldo Alckmin, su antiguo rival y ahora su candidato a vicepresidente.

Lo políticamente incorrecto se junta en Jair Bolsonaro

Jair Bolsonaro se juega la Presidencia de Brasil este domingo, pero sea cual sea el resultado en las urnas, el capitán en la reserva del Ejército permanecerá en la historia de Brasil como el hombre que resucitó a la derecha.

Sus cuatro años en el poder sacaron a los militares del silencio de los cuarteles, elevaron a los pastores de los púlpitos a los despachos de los palacios donde se toman las decisiones y aglutinaron a todos los sectores que defienden la ley del más fuerte.

“No había derecha en Brasil. No tuvo vergüenza en aparecer y vino para quedarse. Ese es el legado que voy a dejar”, resumió Bolsonaro en una reciente entrevista.

Evangélicos, militares, empresarios neoliberales, latifundistas sin escrúpulos, madereros ilegales, defensores de las armas y los que comulgan con los valores conservadores se han unido bajo su lema de campaña, “Dios, patria, familia y libertad”.

Un lema calcado al que usaban los “camisas verdes”, fascistas que trataban de emular en el Brasil de la década de 1930 las doctrinas de Benito Mussolini.

Esgrime odio visceral al “comunismo”, que identifica en todo lo que se le opone, y su lucha sin cuartel contra las agendas del feminismo, del colectivo Lgbti, de la protección de las minorías raciales o de la defensa del medioambiente.

También, el liberalismo económico a ultranza, aunque Bolsonaro solo lo abrazó en los últimos años y que no ha dudado en relativizar para aumentar el gasto público más allá del techo legal en los meses previos a las elecciones.

Nostálgico de la dictadura (1964-1985), aplaude y sonríe a sus seguidores cuando lo jalean para que cierre el Parlamento y el Tribunal Supremo, unas manifestaciones que, lejos de censurar, ampara en la libertad de expresión.

Generan rechazo sus salidas de tono, su lenguaje soez, las groserías con las que se expresa y que él atribuye a su estilo directo y espontáneo.

Un ejemplo: en un acto de campaña, para regocijo de sus acólitos, se refirió a sí mismo como “imbroxável”, una palabra vulgar para calificar al hombre que consigue mantener una erección.

Y estas actitudes y agenda política le han granjeado la antipatía de gran parte de los brasileños. El sentimiento negativo hacia él llega en las encuestas al 50% y es incluso más alto entre mujeres, pobres, negros y todas las minorías a las que, en una u otra ocasión, ha vejado con su incontinencia verbal.

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