Existen dos enfoques para comprender el fenómeno: la democracia formal que deviene de la Constitución, las leyes y reglamentos -que constan en miles de documentos y papeles-, y la democracia real: la que se vive todos los días, en la cotidianidad, en el mundo familiar, laboral, cultural, económico y social.
El Estado de derecho rige a través de las instituciones (los poderes ejecutivo, legislativo, judicial, electoral y los órganos controladores), pero la realidad es diferente: prevalecen escenarios y actores que viven “sin Dios ni ley”, vulneran las supuestas garantías, y como resultado los ciudadanos quedamos en indefensión.
¿Qué ha sucedido con la democracia?
“La tinta aguanta todo”, dice el aforismo. Una primera aproximación salta a la vista: algunos ciudadanos sostienen que la Constitución de 2008 -la de Montecristi- no les representa, cuando -nos guste o no-, esta última fue aprobada en referéndum. En otras palabras: el régimen actual, autocalificado de derecha, tiene que gobernar con una Constitución de corte socialista.
La situación mencionada grafica la fragilidad institucional que vivimos. Y si el modelo de Montecristi molesta, lo lógico es proponer reformas sensatas y oportunas, o una nueva Carta Magna, en los nuevos escenarios políticos y económicos. Un ejemplo grafica lo dicho: el Consejo de Participación Ciudadana -según estudios- no ha cumplido sus objetivos y ha sido un fracaso; en consecuencia, debería ser abolido según el proceso constitucional.
Otro campo vulnerable es la justicia, que afronta una de las crisis más graves de su historia. No se trata de depurarla, sino de cambiarla y mejorarla totalmente frente a los graves desafíos de la criminalidad, con otra institucionalidad, y otros jueces bien preparados en la lógica jurídica y la ética.
La situación que afrontan los parlamentarios, sin partidos doctrinarios, donde prevalecen los cambios de camiseta, y lo más grave -la falta de proyectos nacionales-, prefigura el desgaste de la democracia real.
Asimismo, causa grima escuchar en la Asamblea -calificada como templo de la democracia- a supuestos personajes vinculados con delitos comunes y políticos. ¡Y un legislador de 18 años haciendo dibujitos! Legislar y fiscalizar no son suficientes. La urgencia de nuevos liderazgos políticos, jurídicos y éticos reclama la ciudadanía.
Un proyecto nacional de gobernabilidad democrática, un acuerdo básico -con mínimos o máximos- para lograr sostenibilidad es urgente. Las derechas y las izquierdas no se justifican cuando existen problemas irresueltos: la pobreza y la pobreza extrema, la inseguridad, la informalidad y la ausencia de políticas públicas -aterrizadas en la realidad- en los ámbitos de la educación, la salud y el empleo.
¡La opción es salir de la democracia de papeles y construir una democracia de participación, sin exclusiones, con instituciones democráticas fortalecidas!