Cada inicio de año lectivo en Quito es un recordatorio de que la movilidad de la ciudad no tiene un plan estable ni sostenible. El retorno a clases, que comienza en la primera semana de septiembre de 2025, obliga al Municipio a reactivar estrategias que, si bien alivian temporalmente el tráfico, no han logrado consolidarse en el tiempo.
El ejemplo más claro son los expresos escolares. Desde este lunes 1 de septiembre, se habilitan cinco rutas especiales en el Trolebús y la Ecovía, con salidas entre las 06:05 y las 06:30, y con una tarifa reducida de 0,17 centavos para estudiantes, según confirmó la Empresa de Pasajeros de Quito.
Este servicio es una respuesta necesaria, pero no deja de ser coyuntural. Cada año se reactiva, se anuncia y se replantea, sin que llegue a convertirse en un pilar estructural de la movilidad escolar.
La capital ha intentado varias fórmulas: cronogramas escalonados de ingreso a instituciones educativas, contraflujos, reordenamientos viales y operativos policiales.
Sin embargo, los resultados muestran que el problema se repite: embotellamientos, pérdida de tiempo productivo, estrés ciudadano y aumento del riesgo de siniestros de tránsito. Sin contar, el maltrato y abuso hacia los menores que muchas veces sufren en el transporte público.
El trasfondo es evidente: Quito no cuenta con un plan de movilidad que se mantenga y evolucione más allá de los cambios de administración municipal.
Este año, además, Quito recibió un avance que puede marcar diferencia: la entrega de 46 trolebuses eléctricos, realizada el 31 de marzo de 2025 con apoyo de UNOPS, dentro de un plan de renovación que proyecta 60 unidades. Estos vehículos, al ser sostenibles y con mayor capacidad, son un paso hacia una ciudad menos dependiente del transporte privado y más cercana a los compromisos de movilidad sostenible.
Pero su impacto dependerá de que la operación se integre con educación ciudadana y mejores servicios complementarios. Además de un verdadero reordenamiento de las rutas y frecuencias del transporte público.
La ciudad necesita entender que no basta con operativos de tránsito o anuncios en vísperas del regreso a clases. Lo que falta es educación en movilidad. Padres, estudiantes, empresas y autoridades deben asumir que trasladarse en una urbe de más de 2,6 millones de habitantes no puede basarse en la improvisación individual, sino en la corresponsabilidad y el respeto a normas. De lo contrario, cualquier plan se desmorona.
Un plan estable para la movilidad escolar debe ser construido con visión de mediano y largo plazo, perfeccionado año tras año y no reiniciado cada septiembre. Implica un pacto entre Municipio, instituciones educativas, empresas privadas y ciudadanía. Así, Quito podrá aspirar a que el retorno a clases deje de ser un trauma colectivo y se convierta en un ejercicio de organización cívica.
Lo que hoy está en juego no es solo el tráfico vehicular de unos días, sino la forma en que nos movemos como ciudad. En movilidad, como en tantos otros aspectos, Quito necesita constancia, coherencia y visión. Y esa visión es pensar en la calidad de vida de los estudiantes que todavía viajan decenas de kilómetros para llegar a sus planteles. Si la educación pública fuera eficiente, la sectorización efectiva, se reflejaría en la movilidad.